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  • Writer's pictureProf. Cerebrón

"Vencereís, pero no convenceréis": Miguel de Unamuno, hoy.

Como mexicano, no conozco a profundidad la historia de España del siglo XX. Sé de las atrocidades del fascismo y de las inmundicias que de él emanaron y que lamentablemente han dejado herederos. Como mexicano mi lengua madre es el español, heredado de esas conquistas de hace medio milenio, de la unión de dos continentes y del progreso europeo en este planeta. Por lo tanto, estudiar historia me ha llevado a un discurso que fue y que sigue siendo un grito de advertencia y de revolución. Me refiero al valiente discurso que dio Miguel de Unamuno el 12 de octubre de 1936 en la Universidad de Salamanca de la cual fungía como rector. Todo este evento ya visto desde fuera y a 83 años de distancia, hasta parece una obra de teatro... ojalá hubiera sido eso.



Tenemos que entrar en el contexto histórico. En julio de 1936, España entró en su Guerra Civil, producto del choque de una mezcla de ideas nacionalistas de ultraderecha con las nuevas comunistas y liberales de inicios de siglo XX. Este movimiento comenzó con la sublevación de varios militares liderados por Francisco Franco. Miguel de Unamuno, filósofo y pensador rector de la Universidad de Salamanca, apoyó en sus principios las ideas franquistas. Unamuno, pensaba que España necesitaba una regeneración y que necesitaba recuperar esos valores cristianos. No obstante, no tardó en darse cuenta de que Franco buscaba otros objetivos. Esto lo llevó a decepcionarse de dichos ideales y de criticarlos abiertamente ya que Unamuno presintió la barbarie que se avecinaba ante los discursos de odio y división que emanaban del Frente Popular.

Entre agosto y septiembre de 1936, existía una gran tensión militar en Castilla y León, particularmente en Salamanca. Así, el 12 de octubre, día de la Raza, comenzaba el ciclo escolar 1936-1937 y debía de realizarse un acto académico protocolario. Entonces, el inicio de curso comenzó en presencia de múltiples personalidades intelectuales, militares y eclesiásticas: el obispo de Salamanca, el gobernador, Carmen Polo -esposa de Franco- y el General Millán-Astray, un lisiado de guerra tuerto y manco. Unamuno era el rector, así que estaba obligado a ir. Cabe mencionar que este evento fue reprimido por las autoridades franquistas, y que no hay un registro oficial de él. De hecho, los diarios informaron al día siguiente que el curso había comenzado sin problemas. Por lo tanto, existen diferentes versiones de lo que ocurrió ese día, todas realizadas por testigos. Se dice que, de las versiones existentes, la de Eugenio Vegas Latapié es la más cercana a la realidad ya que estaba sentado en primera fila y tenía roces políticos y militares con Millán-Astray.


Los discursos de inicio de curso se caracterizaron por enaltecer el fascismo y el ultranacionalismo. De entre ellos, el discurso del catedrático Francisco Maldonado atacó directamente a Cataluña y País Vasco refiriéndose a ellas como:


“… un cáncer para España y que el fascismo redentor se encargaría de exterminarlas cortando en la carne viva, como un decidido cirujano libre de falsos sentimentalismos”.


Estas palabras crearon gritos y aplausos proclamando “¡Viva la muerte!”, “¡España, una!” “¡España Grande!” “¡España una y libre!”. Estos gritos eran lemas popularizados por el General Millán-Astray. Entonces, Unamuno siendo rector de la universidad, se decidió a decir unas palabras. Se levantó y se dirigió al estrado:


“Estáis esperando mis palabras. Me conocéis bien, y sabéis que soy incapaz de permanecer en silencio. A veces, quedarse callado equivale a mentir porque el silencio puede ser interpretado como aquiescencia. Pero se me ha tirado de la lengua y debo hacerlo. Quiero hacer algunos comentarios al discurso, por llamarlo de algún modo, del profesor Maldonado que se encuentra entre nosotros. Se ha hablado aquí de guerra internacional en defensa de la civilización cristiana. Yo mismo lo he hecho otras veces. Pero no. La nuestra, es una guerra incivil, vencer no es convencer. Y hay que convencer sobre todo y no puede convencer el odio que no deja lugar a la compasión. Se ha hablado de catalanes y vascos, llamándoles la antiespaña. Pues bien, por la misma razón ellos pueden decir otro tanto. Y aquí está el señor obispo, que lo quiera o no, es catalán nacido en Barcelona, para enseñaros la doctrina cristiana que no queréis conocer. Y yo, que, como sabeís soy vasco nacido en Bilbao, llevo toda mi vida enseñándoos la lengua española que no sabéis. Ese sí es mi Imperio, el de la lengua española y no...

En este momento, Millán-Astray no pudo contenerse la rabia y gritó con ira: “¡Viva la Muerte!” el cual fue secundado por el público entre vitoreos. Unamuno, anonadado por la respuesta y horrorizado por esta filosofía de matar continuó diciendo:


“Pero ahora acabo de oír el necrófilo e insensato grito, ¡Viva la muerte! Esto me suena lo mismo a que muera la vida. Y yo, que he pasado mi vida componiendo paradojas que excitaban la ira de algunos que no las comprendían, he de deciros, como experto en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente. Como ha sido proclamada por el último orador, el general Millán-Astray, entiendo que va dirigida a él. Si bien, de una forma excesiva y tortuosa como diciendo que el general mismo es un símbolo de la muerte. El general Millán-Astray es un inválido, no es preciso que digamos esto con un tono más bajo. Es un inválido de guerra, también lo fue Cervantes. Pero los extremos no se tocan, ni nos sirven de norma. Por desgracia hoy tenemos muchos inválidos en España. Y me parece que habrá muchos más si Dios no nos ayuda.
Me atormenta el pensar que el general Millán-Astray pudiera dictar las normas de la psicología de la masa. Un mutilado que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, es de esperar que encuentre un terrible alivio viendo cómo se multiplican los mutilados a su alrededor. El general Millán-Astray quiere hacer una España nueva a su propia imagen. Por ello, no es de extrañar que quiere una España inválida y mutilada. España, sin Cataluña y el País Vasco, sería tan inútil como un cuerpo tuerto y manco”.

Millán-Astray, no soportando la crítica e iracundo le interrumpió con un grito “¡Muera la inteligencia traidora!” “¡Viva la muerte!” seguido de apoyo por parte del público vitoreando estas palabras. Unamuno, con dramático valor replicó:


“Este es el templo de la inteligencia y yo soy su sumo sacerdote, estáis profanando su sagrado recinto. Yo siempre he sido, diga lo que diga el proverbio, un profeta en mi propio país: venceréis, pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir y para persuadir necesitaréis algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil el pediros que penséis en España. He dicho”.

Este final socrático, valiente, solemne y revolucionario causó el descontrol de los presentes. Había empujones y los simpatizantes con el franquismo alzaban los brazos y gritaban a todo pulmón “¡Viva la muerte!”. Carmen Polo, la esposa de Franco, entre este bullicio se encargó de llevarlo del brazo afuera del recinto. Unamuno fue escoltado entre la muchedumbre enardecida hacía un auto que lo sacó de la universidad. Unos días después, Franco ordenó el cese de su cargo como rector. Unamuno tuvo arresto domiciliario hasta el día de su muerte el 31 de diciembre de 1936.


Este discurso se dio en los albores de una guerra civil por un filósofo de notables quilates que, haciendo uso de la razón, la lógica y el sentido común, auguró el terrible destino que se avecinaba. Por que con el uso de la razón hizo temblar a sus adversarios. Perdio la pelea, pero ganó el argumento. Enfrentó sin tapujos al poder hegemónico y lo venció con inteligencia. Si seguimos pensando que muera la inteligencia y que viva la muerte, no podremos seguir adelante. Lamentablemente, hoy en el mundo se ven resurgir este tipo de ideas por miedo a los cambios repentinos que nos ha llevado el progreso. El miedo de grupos a perder el poder, el miedo a perder la comodidad y pretenden mitigar la inteligencia alienando a las masas y gritando: viva la ignorancia.


Por eso, este discurso es necesario que se reinterprete y se adapte a lo que estamos viviendo. No podemos dejar que la ignorancia, el miedo y el odio se apoderen de nosotros otra vez. La educación es nuestra arma más poderosa y reside en el tempo del conocimiento y la inteligencia.


¡QUÉ VIVA LA INTELIGENCIA!


¡QUÉ VIVA LA VIVA!


Como siempre, gracias por leerme.


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